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sábado, 6 de enero de 2007

Historia de un pique

Resumen de texto extraído de Fazer Hispania (GRACIAS RAMON)



A principios de los 70 rondaba yo los 40 años y después de 3 noviazgos fracasados mi situación sentimental era de paro forzoso y mi vida parecía estar a punto de dar un vuelco, acababa de conocer a Cuqui.
Cuqui era quince años menor que yo y con unas curvas espectaculares. Sólo había un problema, Cuqui odiaba las motos, así que a principios de aquel verano le propuse un paseo. Al principio todo iba bien, velocidad de 40 km/h. en plan dominguero, cuando nos adelantaron a la velocidad de la luz 8 o 9 motocicletas en perfecta formación. Noté un estremecimiento en las manos de Cuqui que apretaron con fuerza las costuras de mi chaqueta a la altura de los riñones, volví mi rostro hacia ella soriendo y seguí a nuestra velocidad de paseo.
Unos 15 minutos después, volvimos a verlas, se habían detenido a la derecha del asfalto, las matrículas eran alemanas y ellos también, sólo sus cascos eran ya un espectáculo, ruedas como coches, carenados, frenos de disco y motores de 4 cilindros...aminoré un poco la marcha para poder deleitarme con aquella visión.
Tras 5 minutos de excursión los vi crecer por el espejo, lo primero que me chocó fue que todos llevaban las luces encendidas, los segundo fue que en cuento se me echó encima el primero, no me adelantó, sino que se quedó un momento pegadito a mí mientras le echaba una ojeada a mi moto. El segundo hizo lo mismo, repasando mi osssa
y haciéndole un gesto al tercero, repitiendo los demás la operación a medida que me adelantaban sintiéndome como un imbécil y viendo como el último de la fila, se rió, no sé si de mí o de mi moto, pero se rió.
Fue superior a mí, se me cruzaron los cables, mi yankee 500 con motor de 2 tiempos y con más de 70 CV de los buenos, me ajusté las gafas, respiré hondo reduje tres marchas y le dí al mango como un hombre. Al primero que avisté le quité el polvo del lateral del carenado y en la misma operación decidí deshacerme del que le precedía, los dos siguientes fueron realmente fáciles. No se habían enterado aún de qué iba la misa y aproveché el tramo recto para enseñarles, cuando pasé al otro, que ya se había dado cuenta de la situación pero no pudo reaccionar, fue cuando emprezó la fiesta de verdad, y los tres que iban delante de mí se agacharon sobre el depósito y empezaron a retorcer las orejas de sus japonesas.
Me costó mucho alcanzarles, iban deprisa, pero al final me puse a rueda, y lo mejor de mi vida fue aquel exterior ¡qué trazada! le sorprendí totalmente, pues no esperaba que pudiera adelantarle en plena curva. Y ahí acabó todo, el que quedaba delante simplemente se rindió. Seguí un par de kms. en solitario, dejando que se agruparan en su humillante derrota y preparé mentalmente la entrega de premios. Me detuve más adelante al costado del camino, fingiendo (como ellos anteriormente) y fue entonces cuando reparé en ella. ¡ Cuqui ! me había olvidado del paquete. Estaba entumecida, blanca, la mirada perdida en el infinito sentada sobre la yankee...
Cuando aparecieron por la curva,redujeron la velocidad y se pararon delante de mí. Algunos se quitaron el casco y me miraron con una mezcla de respeto y admiración, y justo en aquel momento Cuqui me vomitó encima dejándome cubierto de arriba abajo por una espesa macedonia multicolor y a mí no se me ocurrió otra cosa que sonreir estúpidamente. Aquello fue demasiado. De pronto sonó una estruendosa carcajada a la que siguieron siete más,Cuqui me soltó tremendo sopapo y se alejó corriendo carretera arriba aullando.A uno de ellos le flaquearon las piernas por los espasmos de la risa cayó con la moto, otro lloraba a carcajadas. Jamás volví a ver a Cuqui, los alemanes y yo acabamos con las existencias cerveceras de Sitges y anduvimos todo el verano juntos.Han pasado casi 30 años y nos seguimos viendo, dos veces por temporada, y por supuesto acudo con la mítica Yankee 500 que aún conservo y que es venerada por nueve ancianos mientras les sobreviene un ataque de risa sin que nadie entienda porqué.

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